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El nuevo problema ético de los neuroderechos: ¿Qué tan invasiva puede llegar a ser la tecnología?

La palabra es rara y, aunque suene a ciencia ficción, Chile ya está redactando una norma –que quedará incluida en su nueva Constitución– para proteger este patrimonio mental. El nombre del organismo que ha diseñado la nueva ley parece sacado de una película distópica: Comisión de los Desafíos del Futuro. ¿Pero qué son los ‘neuroderechos’?

La tecnología se fusiona con el cuerpo humano. De las prótesis de madera hemos pasado en pocas décadas a los brazos biónicos, los implantes cocleares para las personas sordas, las operaciones de vista láser, los sensores subcutáneos que miden y liberan insulina a los pacientes diabéticos y las intervenciones de corazón para colocar marcapasos.

Cada vez son más frecuentes las noticias de personas con Parkinson cuyos temblores se suavizan e incluso desaparecen gracias a electrodos o de pacientes paralizados pero capaces de escribir moviendo el cursor de un ordenador con la mera voluntad. El asalto tecnológico al cerebro es la última frontera.

La tecnología trae muchos beneficios, pero también supone enormes riesgos. Personajes como Elon Musk y otros multimillonarios con afán investigador están viendo oportunidades muy rentables en nuestros cerebros. El llamado ‘neuromarketing’ y la ‘economía del comportamiento’ son disciplinas que ya se estudian en las escuelas de negocios.

Por eso los expertos proponen proteger cinco ‘neuroderechos’ de los que hasta ahora quizá no éramos del todo conscientes. Son el derecho a la privacidad mental –que solo conozcan nuestros pensamientos quienes nosotros queramos–, el derecho a la identidad personal –que nadie pueda cambiar la percepción que tenemos de nosotros mismos–, el derecho al libre albedrío –que nadie sepa de antemano cómo vamos a reaccionar o a comportarnos ante una determinada situación.

Tercero es el derecho al aumento de la neurocognición –que todo el mundo pueda beneficiarse por igual de los avances tecnológicos– y, por último, el derecho a la protección contra los sesgos de los algoritmos –que los programas de inteligencia artificial que interactúen con el cerebro humano no establezcan discriminaciones y distinciones por raza, color, sexo, idioma, religión, opinión, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Con estos cinco derechos, se busca que nuestra libertad de pensamiento y nuestra imaginación siempre estén protegidas. Que, por el bien de la humanidad, siempre hayan personas con la autonomía suficiente para generar esa chispa de genio, rebeldía e innovación que inspira grandes cambios o que, simplemente, hagan la vida más llevadera. Nuestra mente, hasta ahora un recinto privado, propio, íntimo, es quizá el único lugar en el que nos podemos sentir realmente a salvo.