La cifra de 44.000 millones de dólares que Elon Musk pagó por comprar Twitter ya ha pasado a la historia de los negocios y la tecnología. Esa fue, al menos la cifra dada a conocer, después de haber cerrado definitivamente el acuerdo de adquisición de la red social el pasado abril. La persona más rica del mundo —según la famosa lista Forbes— controlará un entorno digital con casi 230 millones de usuarios.
A pesar de la importancia económica de la operación, el aspecto monetario no fue lo más relevante de la noticia. Así lo ha reconocido el propio Musk, explicando con estas palabras el motivo por el cual ha invertido tanto dinero en la red social. “La libertad de expresión es la base de una democracia que funcione y Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad”, afirmó —en un tuit— después de que se confirmara la compra.
Obtener un beneficio financiero inmediato no es la principal prioridad para Musk en este traspaso. Twitter, de hecho, es una compañía de dudosa rentabilidad: cerró 2021 con un rojo de 220 millones de dólares —y el año anterior perdió cinco veces más dinero—. El auténtico capital que adquirió el multimillonario sudafricano fue el dominio de ese discurso público, esencial para el proceso democrático, según él mismo ha explicado.
La influencia política de las redes sociales quedó claramente demostrada en 2018, tras el escándalo de Cambridge Analytica. Esta consultora británica utilizó los datos privados de millones de usuarios de Facebook para interferir en las elecciones estadounidenses de 2016, manipulando esa plaza pública a favor de Donald Trump —quien, como sabemos, ganó los comicios—. Mark Zuckerberg tuvo que disculparse por ello ante el Senado y su compañía fue multada con 5.000 millones de dólares.
El entorno público para el libre intercambio de ideas y opiniones es la piedra angular de la democracia, desde que la civilización griega ideó este revolucionario sistema político hace 2.500 años. A esa plaza descrita por Musk, que hoy en día es digital, los atenienses la llamaban ágora: allí se reunía el pueblo para debatir sus leyes e impartir justicia. El nuevo dueño de Twitter, así como el propietario de Facebook, tienen en sus manos esos espacios en el siglo XXI.
¿Podrá regresar Trump a Twitter después de haber instigado —a través de esta red social— el bochornoso asalto al Capitolio de 2021? ¿Cuáles van a ser las reglas en las ágoras digitales de la actualidad? Tal vez sean cuestiones demasiado cruciales para que queden al capricho de unos pocos magnates.